Desde hace algunos meses en La 2 de RTVE, sobre las ocho y media de la tarde, se reponen los capítulos de los viajes realizados en motocicleta por el escritor y viajero Miquel Silvestre. El programa se llama Diario de un nómada. Con un estilo característico en el que mezcla anécdotas, pequeñas lecciones de historia y reflexiones sobre su vida personal, Silvestre se adentra con su moto en los países que visita, enseñando al televidente las tres normas básicas de cualquier viaje: los preparativos, el viaje en sí y el recuerdo que se tiene cuando se regresa.
En lo últimos episodios Miquel Silvestre ha recorrido Marruecos con su moto. Yo viajé por este país durante veinte días hace más de veinte años. Lo hice en autobús, algún tren y en taxis compartidos. Desde entonces he visto muchos documentales sobre Marruecos en los que las cámaras que ruedan así como sus presentadores son siempre bienvenidos en los mejores restaurantes y en los más lujosos hoteles. Las visitas a los zocos y a las tiendas se nota que son preparadas con antelación. Sin embargo, el Marruecos que yo conocí no tuvo nada que ver con los documentales sobre este país que de vez en cuando se pueden ver por televisión o en los artículos de algún magazine. Especialmente vergonzosos son los reportajes de moda en callejones limpiados al efecto o en tranquilos y cómodos riads. En cambio, Silvestre, en los capítulos sobre Marruecos, me ha hecho recordar el verdadero país que yo conocí a principio de siglo. Un Marruecos en el que cuando abandonaba las ciudades una soledad que sobrecogía se apoderaba no sólo de los paisajes que me rodeaban; también de mi manera de hablar y de mis movimientos. Los largos planos en los que vemos a Miquel Silvestre conduciendo su motocicleta por carreteras secundarias o por calles anónimas de ciudades poco turísticas, sí que se parecen, no como en los documentales, al verdadero Marruecos, a aquellos días en los que caminaba casi de madrugada por calles inundadas por la niebla buscando un autobús que me llevara a otro pueblo o escuchaba el sonido del muecín tumbado en la cama de mi habitación de hotel barato.
Otros artículos de Fernando Ull Barbat
El ojo crítico
Falló usted Sr. Mazón, no el sistema
Imperdonable
El ojo crítico
Lo mejor y lo peor
En alguno de sus programas Silvestre ha afirmado que fue el primero en publicar, en el año 2008, sus viajes en una página web en forma de diario por fechas. En eso no puedo estar de acuerdo. En 2004 comencé a redactar un blog de viajes en el que también incluía algún aspecto personal. Más adelante, cuando nació YouTube, fue posible insertar vídeos en los blogs que de manera previa se habían subido a YouTube. Fue una revolución. Yo tenía un montón de vídeos de corta duración de mis viajes hechos con mi cámara Nikon de 3 megapíxeles. Dicho ahora parece algo muy lejano porque era una época en la que no había redes sociales ni Whatsapp. Ni siquiera Facebook. Éramos unos pocos pero los suficientes como para que hubiese blogs sobre los temas más variados. En cualquier caso se basaban en la escritura y en alguna fotografía, no en grabarse en un vídeo haciendo el memo. En 2007 me presenté al premio de Mejor Blog de un diario digital. Mi amigo Rafael Fernández, un excelente escritor canario afincado ahora en Asturias, lo había ganado en su primera edición, un año antes, así que me animé yo también. Había premios de varias categorías, de viajes ninguna. Todos los bloggers temíamos a un crítico de blogs que se hacía llamar Cyber Warrior que desde su propio blog juzgaba duramente a todos los que se habían presentado al concurso. Cuando hizo mi crítica, y para sorpresa de todos, ensalzó mi blog de manera muy positiva. De repente, las visitas subieron de manera exponencial y durante varias semanas estuve entre los cinco más votados por los lectores de ese diario digital. Una revista de viajes me ofreció colaborar con ellos.
Desde entonces internet ha evolucionado mucho. En varios aspectos, creo yo, de manera negativa. Hay cosas que nunca cambiarán. Hace unos años se aseguraba que el libro digital iba a desplazar a los libros en papel. También se decía que las personas podríamos viajar de manera digital colocándonos unas gafas y sin movernos del salón de nuestras casas. Ninguno de estos vaticinios se han cumplido. Los libros en papel están más vivos que nunca y programas como Diario de un nómada nos enseñan que el espíritu que hizo que Ulises o Alejandro Magno dejaran sus ciudades está más vivo que nunca. Al viajar dejamos atrás las comodidades y nuestro punto de vista habitual, comenzamos poco a poco a deshacernos de nuestra vida, olvidando nuestra fecha de regreso.
En Tánger me hospedé en el hotel El Muniria, donde también lo había hecho en los años 50 la generación Beat. Entre ellos Jack Kerouac o Allen Ginsberg. Me hice una fotografía, sentado en mi habitación, gracias al temporizador de mi pequeña Nikon. Hace un par de años encontré en internet la misma fotografía hecha por alguien, en los años 80, que colocó la cámara en la misma mesita. Los muebles eran los mismos.
P.D. No gané el premio.
TEMAS
- Marruecos
- viajes
- Fotografía
- documentales
Comenta esta noticia